EL PESCADO QUE SE AHOGÓ EN EL AGUA - Arturo Jauretche
El arroyo de La Cruz había crecido por demás y bajando dejó algunos
charcos en la orilla. Por la orilla iba precisamente el comisario de Tero
Pelado, al tranquito de su caballo. Era Gumersindo Zapata, a quien no le
gustaba mirar de frente y por eso siempre iba rastrillando el suelo con los
ojos. Así, rastrillando, vio algo que se movía en un charquito y se apeó. Era
una tararira, ese pez redondo, dientudo y espinoso, tan corsario que no deja
vivir a otros. Vaya a saber por qué afinidad, Gumersindo les tenía simpatía a
las tarariras, de manera que se agachó y alzó a la que estaba en el charco.
Montó a caballo, de un galope se llegó a la comisaría, y se hizo traer el tacho
donde le lavaba los "pieses" los domingos. Lo llenó de agua y echó
dentro a la tararira.
El tiempo fue pasando y Gumersindo cuidaba todos los días de sacar el
"pescado" del agua, primero un rato, después una hora o dos, después
más tiempo aún. La fue criando guacha y le fue enseñando a respirar y a comer
como cristiano. ¡Y tragaba la tararira! Como un cristiano de la policía. El
aire de Tero Pelado es bueno y la carne también, y así la tararira, criada como
cordero guacho, se fue poniendo grande y fuerte.
Después ya no hacía falta ponerla en el agua y aprendió a andar por la
comisaría, a cebar mate, a tener despierto al imaginaria, y hasta a escribir
prontuarios. [...].
Gumersindo Zapata la sabía sacar de paseo, en ancas, a la caida de la
tarde.
Ésa fue la desgracia.
Porque en una ocasión, cuando iban cruzando el puente sobre el arroyo de
La Cruz, la pobrecita tararira se resbaló del anca, y se cayó al agua.
Y es claro. Se ahogó.
Que es lo que les pasa a todos los pescados que, dedicados a otra cosa
que ser pescados, olvidan que tienen que ser eso: buenos pescados.[...].
Fuente: JAURETCHE, ARTURO, Filo, contrafilo y punta. Buenos Aires, Juárez, 2a ed. 1969