Taller Literario Alas de Papel

Taller Literario Alas de Papel
Pasión por leer...

domingo, 29 de abril de 2012

Cómo se puede narrar un mundo a través de la mirada de un niño?
A veces dibujando...y dejando volar la imaginación!
SÓLO DIBUJOS

A  veces, los domingos son muy aburridos para un niño de sieteaños. En el cuarto de Piero había una  mesita toda cubierta de lápices de colores y hojas de papel. Piero cerró los ojos y tomó un lápiz. Entonces miró: era de color negro. Pero “¿qué es negro?”, se preguntó Piero. Claro: una araña. Dibujó con mucho cuidado una arañita. Pero pasó algo muy raro: las patas de la araña se movieron muy lentamente, como si estuviera desperezándose, y ella empezó a correr por la hoja de papel. Piero tomó un lápiz verde y en una esquina dibujó una lagartija.  La lagar-tija cobró vida y devoró a la arañita. Piero sonrió.–Piero… ¿qué estás haciendo? –preguntó mamá desde la cocina.–Nada, mami –dijo Piero mientras dibujaba un elefante en la pared.

 Virginia del Río, escritora mexicana...

miércoles, 25 de abril de 2012

Los invitamos a todos a participar de nuestro encuentro de narración oral, este sábado 28, a partir de las 17,30hs...

Que las palabras dormidas en los cuentos despierten en tu voz!

"El Día de la música”.
Según cuentan los memoriosos, en otros tiempos el sol fue el dueño de la música, hasta que el viento se la robó. Desde entonces, para consolar al sol, los pájaros le ofrecen conciertos al principio y al fin de cada día.
Pero la música ha sido vencida. Los alados cantores no pueden competir con los rugidos y los chillidos de los motores que gobiernan las grandes ciudades. Ya no se escucha el canto de los petirrojos. En vano los escasos ruiseñores se rompen el pecho queriendo hacerse oir, y el esfuerzo por sonar cada vez más alto arruina los trinos de los mirlos y las voces de los benteveos.
Y ya las hembras no reconocen a sus machos. Ellos las llaman, virtuosos tenores, irresistibles barítonos, pero en el estrépito ellas no distinguen quién es quién, y terminan aceptando el abrigo de alas extrañas”.

EL NUEVO LIBRO DE EDUARDO GALEANO NOS INVITA A PONERLE VOZ A SUS NARRACIONES Y HACER DE LA PALABRA HABLADA, MÚSICA.

miércoles, 18 de abril de 2012

Este domingo



 Los "domingos" en la casa de mi abuela comenzaban, en realidad, los sábados, cuando mi padre por fin me hacía subir al auto:
    -Listo..., vamos...
    Yo andaba rondándolo desde hacía rato. Es decir, no rondándolo precisamente, porque la experiencia me enseñó que esto resultaba contraproducente, sino más bien poniéndome a su disposición en silencio y sin parecer hacerlo: a lo sumo me atrevía a toser junto a la puerta del dormitorio si su siesta con mi madre se prolongaba, o jugaba cerca de ellos en la sala, intentando atrapar la vista de mi padre y mediante una sonrisa arrancarlo de su universo para recordarle que yo existía, que eran las cuatro de la tarde, las cuatro y media, las cinco, hora de llevarme a la casa de mi abuela.
    Me metía en el auto y salíamos del centro.
    Recuerdo sobretodo los cortos sábados de invierno. A veces ya estaba oscureciendo cuando salíamos de la casa, el cielo lívido como una radiografía de los árboles pelados y de los edificios que dejábamos atrás. Al subir al auto, envuelto en chalecos y bufandas, alcanzaba a sentir el frío en la nariz y en las orejas, y además en la punta de los pulgares, en los hoyos producidos por mi mala costumbre de devorar la lana de mi guante tejido. Mucho antes de llegar a la casa de mi abuela ya había oscurecido completamente. Los focos de los autos penetrando la lluvia se estrellaban como globos navideños en nuestro parabrisas enceguecedor: se acercaban y nos pasaban lentamente. Mi padre disminuía nuestra velocidad esperando que amainara el chubasco. Me pedía que le alcanzara sus cigarrillos, no, ahí no, tonto, el otro botón, en la guantera, y enciende uno frente a la luz roja de un semáforo que nos detiene. Toco el frío con mi pulgar desnudo en el vidrio, donde el punto rojo del semáforo se multiplica en millones de gotas suspendidas; lo reconozco pegado por fuera a ese vidrio que me encierra en esta redoma de tibieza donde se fracturan las luces que borronean lo que hay afuera, y yo aquí, tocando el frío, apenas, en la parte de adentro del vidrio. De pronto, presionada por la brutalidad de mi pulgar, una de las gotas rojas se abre como una arteria desangrándose por el vidrio y yo trato de contener la sangre, de estancarla de alguna manera, y lo miro a él por si me hubiera sorprendido destruyendo...; pero no: pone en movimiento el auto y seguimos en la fila a lo largo del río. El río ruge encerrado en su cajón de piedras como una fiera enjaulada. Las crecidas de esta año trajeron devastación y muerte, murmuran los grandes. Sí. Les aseguraré que oí sus rugidos: mis primos boquiabiertos oyéndome rugir como el río que arrastra cadáveres y casas..., sí, sí, yo los ví. Entonces ya no importa que ellos sean cuatro y yo uno. Los sábados a ellos los llevan a la casa de mi abuela por otras calles, desde otra parte de la ciudad, y no pasan cerca del río.
    Hasta que doblamos por la calle de mi abuela. Entonces, instantáneamente, lo desconocido y lo confuso se ordenaban. Ni los estragos de las estaciones ni los de la hora podían hacerme extraña esta calle bordeada de acacias, ni confundirla con tantas otras calles casi iguales.
...

el tesoro de la infancia en la mano del recuerdo...
así comienza "Este domingo", maravilloso libro del escritor chileno  José Donoso.

domingo, 15 de abril de 2012

Una versión narrada de La noche de los feos, de Mario Benedetti...

La noche de los feos (Mario Benedetti)


El arte de narrar nos permite ponerle nuestra voz al personaje de Mario Benedetti y disfrutar de una  bellísima historia de amor oculta en una aparente fealdad...

La noche de los feos
1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.

2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
FIN

jueves, 12 de abril de 2012




Y nos largamos a narrar...Llegan los talleres de narración oral!

Inicio primer ciclo: este sábado 14 de abril

...porque la voz le pone alas a las palabras atrapadas en las páginas de los libros. Se abren las jaulas y echan a volar en la voz de quienes se disponen a contar.
      Las palabras zurcan espacios y abren nuevas ventanas a un mundo de imágenes dibujadas por la voz, como una música que nos remonta a nuestros más queridos recuerdos.
El taller se ofrece como una posibilidad de otorgar la palabra, reconocer el silencio y, por sobre todo, comunicarnos y reconocernos en las voces que nos pueblan.


Los esperamos!!

miércoles, 11 de abril de 2012




"Si uno fue bien criado, si supo aprovechar algunos momentos, y desperdició otros absurdamente, uno llega a un punto en que el pasado es el abono mediante el cual se fertiliza el presente. Esta fruición de uno mismo es algo muy codiciado, pero que nunca se alcanza plenamente porque los seres humanos somos, en esencia, miedosos, incluso de lo que nos hace crecer. Por lo tanto vivimos ocultos e internamente divididos, compartiendo muy poco con el otro, de vez en cuando, pero limitándonos en gran medida, tanto en la vigilia como en el soñar."

M.Masud R. Khan
Prólogo del libro "Locura y soledad"
Mayo de 1982





Váyanse, dijo el pájaro:
que la especie humana no soporta mucha realidad.

T. S. Eliot, "Burnt Norton".

sábado, 7 de abril de 2012


Les contamos un poquito más acerca de
 Alas de papel...

El Taller literario surge como un espacio de socialización de la lectura y la escritura. Está dirigido a un público en general que disfruta del placer de leer y pretende hacer de esta actividad una práctica transformadora, tanto para sí como para los demás. Leemos para compartir, para reconocer y reconocernos en la palabra del otro; para identificarnos en nuestra condición humana a lo largo de los tiempos, a lo ancho del mundo, en múltiples experiencias.
La literatura nace de la lectura de otros libros, de muchos otros libros. Leer se torna, entonces, esencial para pensar en la producción escrita.
Alas de papel busca resignificar la palabra y generar un espacio donde se lea, se escriba y se critique desde la revalorización de la subjetividad.
Leer, darse a leer y corregir. Compartir y difrutar son razones más que valederas para iniciar un taller literario.
La coordinadora es docente, especialista en Ciencias del lenguaje y magister en Literatura latinoamericana, con una formación y experiencia como para brindarles una orientación teórica sólida, tanto en lo referente al análisis literario como a las técnicas de escritura.
Nos encontramos todos los viernes de 18,30 a 20,30. Cada ciclo tiene una duración de 12 encuentros y los grupos son personalizados, con un máximo de seis integrantes.

No duden en consultarnos!!! Los esperamos!

miércoles, 4 de abril de 2012

Se acercan los talleres!



El viernes 13 de abril comienza el Taller Literario 

y el sábado 14, el de Narración Oral


alasdepapel.cc@gmail.com.ar
los interesad@s pueden ir reservando su vacante...


los esperamos.

lunes, 2 de abril de 2012

Alejandra Pizarnik x 3




ANTES
a  Eva Durrell

bosque musical

los pájaros dibujaban en mis ojos 
pequeñas jaulas



VERDE PARAISO

extraña que fui
cuando vecina de lejanas luces
atesoraba palabras muy puras
para crear nuevos silencios




INFANCIA

Hora en que la yerba crece
en la memoria del caballo.
El viento pronuncia discursos ingenuos
en honor de las lilas,
y alguien entra en la muerte con los ojos abiertos
como Alicia en el país de lo ya visto.







domingo, 1 de abril de 2012

Un domingo para leer La ventana sin tiempo, de José Amorín

Primera parte
en el Sur...
La historia de las rocas de plata
     Era un gran tipo mi abuelo. El tipo de abuelo que a cualquier chico le gustaría tener. Usaba una barba espesa, desprolija y blanca, rengueaba un poco, tenía una paciencia infinita, sabía algo de todo, y fumaba en pipa y tosía y carraspeaba a cada rato. La pipa olía horrible. Y él, no sé: olía a tierra, a río, a humo...a mí me gustaba su olor, sobre todo en verano porque, según creo recordar, en invierno olía a ropa vieja y, durante las lluvias, a humedad. En el barrio, de mi abuelo decían que era un tipo duro: veterano de la guerra civil en España, patrón de una barcaza fluvial, antes y después. De la guerra nunca hablaba excepto para comentar que de ella sólo trajo su renquera y algunos malos sueños. De su paciencia, sin darle mucha importancia decía que era un regalo del río. Pero le gustaba ser considerado un hombre sabio. Y, de hecho, lo era: para mí era sabio y bueno y blando, blando y dulce como un flan. Así lo sentía entonces, cuando yo era chico, y así lo siento ahora, ya adulto y tan lejos de mi ciudad del Sur. Así lo siento ahora, en este preciso instante en que he dado la espalda a la ventana frente a la cual suelo escribir. Ahora al respirar hondo y fijar la vista en la pared. Ahora, cuando la mirada se me pierde en el fondo de esta ventana imposible...y yo vuelvo al Sur.